domingo, 5 de septiembre de 2010

Ninfolepsis: EL AUTOMÓVIL DE CARRERA, Filippo Tommasso Marinetti

Ninfolepsis: EL AUTOMÓVIL DE CARRERA, Filippo Tommasso Marinetti

EL AUTOMÓVIL DE CARRERA, Filippo Tommasso Marinetti

Vehemente dios de una raza de acero,
Automóvil ebbrrrio de espacio,
que piafas y te estrrremeces de angustia
tascando el freno con estridentes dientes…
Formidable monstruo japonés
de ojos de fragua,
nutrido de llama
y de aceites minerales,
ávido de horizontes y presas siderales…
¡yo desencadeno tu corazón que golpea diabólicamente,
desencadeno tus gigantescos neumáticos,
para la danza que sabes danzar
en los blancos caminos de todo el mundo!

¡Aflojo finalmente
tus metálicas riendas
y con voluptuosidad te lanzas
al Infinito liberador!
Ante el ladrido de tu gran voz
he aquí al sol que se pone a perseguirte veloz,
acelerando su sanguinolento latido en el horizonte…
¡Mira cómo galopa, al fondo de los bosques, allá abajo!...
¿Qué importa, mi bello demonio?
¡Estoy a tu merced!... ¡Prrréndeme!... ¡Prrréndeme!

Sobre la tierra ensordecida, aunque vibre toda
de ecos locuaces;
bajo el cielo cegado, aunque lleno de estrellas,
yo voy exasperando mi fiebre
y mi deseo,
azotándolos con grandes estocadas.

Y de vez en cuando alzo la cabeza
para sentir sobre el cuello
el blanco apretón de los brazos
locos del viento, aterciopelados y fresquísimos…
Son tuyos esos brazos fascinantes y lejanos
que me atraen, y el viento
no es más que tu aliento abismal,
¡oh Infinito sin fondo que con alegría me absorbes!...
¡Ah! ¡Ah! De pronto veo molinos
negros, descoyuntados,
que parecen correr sobre las alas
de tela vertebrada
como sobre piernas dilatadas…
Ahora las montañas están por arrojar
sobre mi fuga mantas de soñolienta frescura,
allá, en esa curva sinuosa.
¡Montañas! ¡Mamuts en monstruosa tropa
que pesada trotáis, enarcando
vuestras inmensas grupas,
héos aquí superadas, envueltas
por la gris madeja de las nieblas!...
Y oigo el vago, resonante ruido
que estampan en los caminos
las fabulosas botas de siete leguas
de vuestros pies colosales…
¡Oh montañas de frescos mantos turquíes!
¡Oh hermosos ríos que respiráis
dichosamente al claro de luna!
¡Oh tenebrosas llanuras!... ¡Os dejo atrás al galope
sobre este monstruo mío enloquecido…!
¡Estrellas! ¡Mis estrellas! ¿Escucháis l
a precipitación de sus pasos?...

¿Oís vosotras su voz, que la cólera parte…,
su voz que estalla, que ladra, que ladra…,
y el tronar de sus férreos pulmones derrrumbándose sobre prrrrecipicios interrrrminablemente?...

¡Acepto el desafío, oh mis estrellas!...
¡Más rápido!... ¡Todavía más rápido!...
¡Y sin descanso ni reposo!...
¡Suelta los frenos! ¿No puedes?
Apriétalos, pues,
que el latir del motor centuplique sus revoluciones.

¡Hurrrra! ¡No más contactos con esta tierra inmunda!
¡Por fin me separo y vuelo ágilmente
sobre el embriagador río de los astros
que se hincha en creciente sobre el gran lecho celeste!