domingo, 14 de marzo de 2010

Retrato íntimo de una dama (Portrait of a lady), Australia: 1996.

Directora: Jane Campion. Protagonizan: Nicole Kidman, John Malkovich. Edición: Veronika Jenet. Fotografía: Stuart Dryburgh. Argumento: Henry James. Guión: Laura Jones. Música: Wojciech Kilar. Producción: Monty Montgomery y Steve Golin.

Sinopsis
1872, Inglaterra. Isabel es una joven que al quedar huérfana, permanece en casa de un tío adinerado. La vida provinciana y el futuro de una mujer abnegada no es un aliciente para Isabel, quien aspira a su libertad e independencia. Cuenta con el cuidado de su primo Ralph, quien secretamente la ama; a su vez, tiene a dos pretendientes sinceros a quien desdeña, pues el matrimonio no está en sus planes. Un día, Isabel conoce a una viuda: Madame Merle, y queda fascinada por su sofisticación y cultura, desde entonces será un ejemplo a seguir. Merle descubre la admiración de Isabel y se entera que la herencia que ha dejado el tío pasa a manos de la joven, cumpliendo los deseos de Ralph. La viuda teje artimañas para que Isabel se enamore del perverso Gilbert Ormond, y en mancuerna con este manejarán la fortuna.
Comentario
La historia es precedida por una secuencia en el bosque en época actual, en donde las voces femeninas disertan sobre caricias y amor; una especie de gimnopedia que anuncia el tema de la película. Prevalece el claroscuro en los interiores que reflejan el estado interno de la protagonista; los únicos dos momentos en donde apreciamos franca luminosidad son en la primera y última secuencias, ambas en el jardín de la casa del tío, en donde inicialmente, se cuestiona el futuro de Isabel como mujer libre e independiente, y después, para reflexionar sobre su matrimonio fracasado y ser sorprendida por su otro pretendiente, el señor Goodwod.
La música es eminentemente femenina y triste, nostálgica, pero también eufórica y apasionada; sobresalen las piezas de Schubert. La construcción de personajes es muy bien realizado, tanto los protagonistas como los secundarios e incidentales; cabe destacar la participación de Malkovich, quien siempre da muestras de su enorme capacidad histriónica.
Hay dos elementos que saltan a la vista, por su cuidada estética: La secuencia del ensueño de Isabel, en donde se ve a sí misma con sus dos pretendientes y su primo, dato que simboliza la sexualidad y erotismo reprimidos en la mujer de ese siglo, cuya resolución pictórica, nos recuerda a Goya; por otra parte, la secuencia del sueño de Isabel, que es un vertiginoso tren de imágenes surrealistas, en donde se ve a sí misma desnuda y con objetos simbólicos que señalan la desdicha con la que vive al lado de Ormond.
En cuanto a los espacios cerrados podemos contar la vida misma de Isabel que opera como una cerca; la casa y habitaciones de la protagonista son inmensas, pero son cárceles, incluso el jardín. El símbolo espacial más importante para ella lo constituyen las puertas. Cada vez que Isabel pasa por las puertas principales de las casas, al abrirlas se ve la oscuridad del interior; cuando las cierra permanece imperceptible en el espacio, hasta que resuelve adentrarse. Nunca la vemos salir de esas puertas para llegar a la luz natural; nunca duda en girar las perillas, abrir las puertas y pasar a través de ellas, cerrándolas siempre contundentemente. Esto mismo, es lo que ella ha hecho con su vida. Sólo después de la propuesta del señor Goodwod, Isabel permite un beso de este, para huir y refugiarse en la casa del tío; llega frente a la puerta, toma la perilla, pero no la gira; da la vuelta, hacia la luz natural y permanece inmóvil, dudando en su decisión por primera vez. La puerta queda cerrada a su espalda y no sabemos si entra o no. Llegamos al final.
El gran problema del filme es su ritmo, demasiado denso, que no permite una progresión dramática; hay demasiados diálogos, algunos innecesarios. Tal vez por ser una historia intimista resulte cansada, pero ni siquiera las buenas actuaciones salvan la tremenda longitud de la película. La edición está muy bien cuidada con una selección equilibrada y armoniosa de planos; sin embargo, hay escenas de relleno que permanecen en detrimento de la historia. Parece la triste mezcla de una Madame Bovary debilitada, una Mary Rilley intimidada y núbil más la Mary Shelley apasionada e incomprendida. Nuevamente se habla de la melancolía, soledad e insatisfacción femenina, pero derrochando clichés rosas. Su mayor defecto es que nos recuerda los velos y encajes llorosos que abundan en el cine de género: Sensatez y sentimientos, Orgullo y prejuicio, El secreto de Mary Relley, Madame Bovary, La lección de piano, que, con excepción de la última, lejos de reivindicar la figura femenina la someten a una resignación del amor frustrado, reprimido o compensado y en el mejor de los casos, el suicidio. Tan solo “mujeres rotas”, una y otra vez, a despecho de Simone de Beauvoir.

Pérez Romo, Francisco. Maitreya No es la sombra de la marmota,

Pérez Romo, Francisco. Maitreya No es la sombra de la marmota, s. e., México: 2000, 305 pp.
Por medio de una serie de referencias e intertextos, el autor entreteje el desarrollo del tiempo. Pasado y futuro se aniquilan para rescatar a un presente que se redime: el presente de la decisión. Con un lenguaje rico en evocaciones, Pérez Romo nos introduce a una poesía que cuestiona la identidad del individuo en relación consigo mismo y su entorno. La voz del profeta se vuelve silencio para dar lugar a la re-definición. El epígrafe, el diálogo teatral, la definición de diccionario, los recuadros y otros recursos visuales, permiten una lectura vertiginosa de una poesía profunda.

El desmoronamiento de la identidad

Francisco Pérez Romo, Maitreya No es la sombra de la marmota, s. e., México: 2000, 305 pp.

La poesía cumple su objetivo cuando alude al individuo directamente para enfrentarlo a una identidad que nunca termina de crearse. La puesta en duda de los sistemas, de las jerarquías, de la personalidad, del origen y del fin, son algunos de los tópicos con los que Pérez Romo detona nuestro quieto equilibrio de la vida cotidiana.
La musicalidad que combina distintas lenguas repercute en el tipo de lectura exigida por este libro: se da paso a la plurivocidad. El lector aborda esta obra en forma silenciosa, como quien consulta un diccionario, para continuar con una indispensable lectura en voz alta. El humor inserto, los diálogos, las frases extranjeras, los guiones, las mayúsculas, la visualidad del texto, se convierten en interjecciones y nuevos signos de puntuación. De esta forma, el lector constata en boca propia lo que la pluma de Pérez Romo convoca. La definición constituye el arranque de este libro. El autor precisa conceptos que desmenuza, paulatinamente, a lo largo del poemario siendo la desacreditación el común denominador de los poemas, desacreditación que se efectúa mediante el elemento aniquilador por antonomasia: el fuego. Maitreya No es la sombra de la marmota representa un ritual del cambio y la renovación, a través del cuestionamiento propio, de la supresión y la aniquilación del ser.
La desacreditación continua se refleja en distintos niveles. Formalmente, se descalifica la página posterior de cada hoja; es decir, no hay revés o no hay futuro que leer. Por otro lado, se rompe con la sintaxis, y las palabras juegan con el orden para agregar múltiples significados; la duda ante los mismos se vuelve una incertidumbre por el destino, y desde el título se anuncia: Maitreya, el profeta futuro, no logra profetizar en la poesía de Pérez Romo, puesto que lo indeterminado, lo inesperado e indefinido rige en este mundo que se sugiere. Se desacredita el origen y se rompe con el futuro esperado: el hombre puede elegir.
El autor se sitúa como un poeta del desencanto. El desmoronamiento de las jerarquías alcanza su apoteosis con el anuncio de una genealogía que sucumbe, ya que la figura del padre ha muerto, y con él, los sistemas. Las raíces religiosas se cuestionan y se enjuician; Pérez Romo parodia al orden oficial y a las clases sociales con sus reglas de cortesía. El universo de las apariencias y de las acciones sin sentido o pretenciosas se coloca sobre la cuerda floja para ponernos en riesgo. Sólo en una situación límite o incómoda podemos decidir no ser profetizados por nuestras cadenas: “No basta ser libres para procrear sueños/ bisogna anche il dolore/ cioè, non essere libero.”
El poeta denuncia las limitaciones impuestas, pero, sobre todo, denuncia la autocensura de una identidad falsa, aparente; asumida, mas no verdadera. Las cadenas y lo determinado se vuelven usura, el precio es muy alto: El círculo vicioso es una prisión del ser. Para remediar esta situación, las profecías de Maitreya No es la sombra de la marmota desacreditan el futuro, apelan a lo incierto, a las disyuntivas. La voz de Maitreya lanza preguntas-exhortaciones para aniquilar lo predeterminado. Sólo entonces se puede crear: “Es el parricidio, /mazada de fortuna y luz/ el inicio de la auténtica paternidad”. El regreso al fuego inicial es inminente. Pérez Romo, como buen parricida, desacredita el orden establecido de su obra, invitándonos a desjerarquizarla y leerla hacia atrás.

Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido.

Este libro constituye el detonante autobiográfico del autor que lo llevó a desarrollar su sistema psicoterapéutico, la logoterapia. Mediante anécdotas vividas durante su estancia en los campos de concentración, explica que los judíos sobrevivientes a las torturas, soledad y hambruna lograron esto gracias a que poseían en su interior la esperanza de reencontrar a sus seres queridos o culminar alguna obra o empresa inacabada, tal motivación interna brindó las fuerzas y sentido para continuar.
El Doctor Frankl aporta una nueva percepción del vacío existencial y su solución: ser responsables con la vida, responderle a la vida con un sentido que cada uno debe encontrar más allá de la autorrealización, esto es, en sus palabras, la autotrascendencia de la existencia; es decir, cuando nos dirigimos hacia algo o alguien, cuando nuestra satisfacción va más allá de nosotros mismos, podemos ser más humanos y desarrollar mejor nuestras capacidades. Cuando nuestra finalidad de la vida va a la búsqueda del bienestar de otro, entonces nuestra existencia cobra sentido.
La única opción que nos aporta Frankl es un humanismo autoconsciente y responsable del humano mismo. Su libro deja un mensaje muy claro: La vida la hacemos nosotros día con día, y le damos sentido en cada acto y decisión, en cada proyecto y en cada intención que nos mueve.