A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.Oscar Wilde.
El tiempo, esa otra dimensión que no hemos
podido descifrar del todo. Por naturaleza, el hombre se distingue de las otras
criaturas en su capacidad de dominio y modificación de su entorno, y aunque ha
organizado la medición del tiempo a su conveniencia, no ha podido escapar de su
inevitable transcurso. Desde la
antigüedad, sabios, alquimistas y científicos han querido evitar o aprisionar
el paso del tiempo, buscando el elixir
de la vida, la fuente de la eterna juventud, los secretos del éter aristotélico o el suministro
consciente del prana, e imaginando y
calculando cuáles serían las probabilidades y consecuencias de una máquina del
tiempo, pues viajar al futuro o al pasado es una idea entusiasta del hombre, en
su necesidad de cambiar acontecimientos dolorosos, volver a ver a sus seres
queridos o enmendar errores.
Los griegos ya habían entendido perfectamente
las limitaciones de la raza humana y la instauraron en manos de los dioses. El
implacable paso del tiempo no fue la excepción y para explicar la fatalidad
estaban las tres hermanas, hijas de la Noche, cuyo poder absoluto reinaba sobre
el destino del hombre, Las Parcas: Cloto, la tejedora, que hilaba
los hilos de la vida de todos los mortales; Laquesis, la medidora, que indicaba
cuánto medía la vida de cada alma y, por último, Átropo, la cortadora, quien
poseía las tijeras para poner fin a cada hombre. Los griegos intuyeron y generalizaron el
miedo humano al tiempo y explicaron cómo estábamos en manos de algo más grande
que nosotros, imposible de controlar en su totalidad.
Los dioses se divertían jugando con el
destino del hombre, incluso los semidioses gozaban de mayores privilegios que
los simples humanos. Había uno de estos seres fabulosos que no jugaba con la
fatalidad, a pesar de su poder y ferocidad: el cíclope Telemo, cuyo don era la videncia. Gran paradoja habitaba en su naturaleza,
sin ley ni norma, antropófago como todos los de su especie; sin embargo,
comprendía la incertidumbre de los hombres a quienes podía guiar en su destino;
bien podía haber sentido compasión por ellos, ya que también Telemo sabía el día y momento exacto de
su propia muerte, única que no podía evitar.
Ahora nosotros, en pleno siglo XXI
quisiéramos tener en nuestras propias manos el tiempo, nuestro tiempo. Llevamos
agendas, organizamos un calendario, programamos vacaciones, viajes, negocios y
hacemos un proyecto de vida futura: ¿Qué quiero hacer? ¿Cuánto tiempo me tomará
hacerlo? ¿En dónde? Ponemos fechas límite, a corto, mediano y largo plazo.
Tenemos un ojo previsor que nos ayuda a organizar el tiempo futuro. Revolucionamos
la tecnología y la ciencia, contamos con grandes avances médicos, investigamos
la mejor manera de practicar deportes, hay dietas para todo tipo de
necesidades, trabajamos, estudiamos, tenemos una familia, podemos viajar a
cualquier parte del mundo, hacemos click y nos comunicamos con nuestros seres
queridos que se encuentran a kilómetros de distancia; pero ignoramos en qué
lapso habremos de cometer un error fatal, ignoramos en qué lapso las tijeras
cortarán nuestros hilos. Solo nos queda
vivir y disfrutar. Pues ¿qué es la vida? Un instante.