miércoles, 11 de julio de 2012

En un abrir y cerrar de ojos


A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra  vida se concentra en un solo instante.Oscar Wilde.

 


El tiempo, esa otra dimensión que no hemos podido descifrar del todo. Por naturaleza, el hombre se distingue de las otras criaturas en su capacidad de dominio y modificación de su entorno, y aunque ha organizado la medición del tiempo a su conveniencia, no ha podido escapar de su inevitable  transcurso. Desde la antigüedad, sabios, alquimistas y científicos han querido evitar o aprisionar el paso del tiempo, buscando el  elixir de la vida, la fuente de la eterna juventud, los secretos del éter aristotélico o el suministro consciente del prana, e imaginando y calculando cuáles serían las probabilidades y consecuencias de una máquina del tiempo, pues viajar al futuro o al pasado es una idea entusiasta del hombre, en su necesidad de cambiar acontecimientos dolorosos, volver a ver a sus seres queridos o enmendar errores.
Los griegos ya habían entendido perfectamente las limitaciones de la raza humana y la instauraron en manos de los dioses. El implacable paso del tiempo no fue la excepción y para explicar la fatalidad estaban las tres hermanas, hijas de la Noche, cuyo poder absoluto reinaba sobre el destino del hombre, Las Parcas: Cloto, la tejedora, que hilaba los hilos de la vida de todos los mortales; Laquesis, la medidora, que indicaba cuánto medía la vida de cada alma y, por último, Átropo, la cortadora, quien poseía las tijeras para poner fin a cada hombre.  Los griegos intuyeron y generalizaron el miedo humano al tiempo y explicaron cómo estábamos en manos de algo más grande que nosotros, imposible de controlar en su totalidad.
Los dioses se divertían jugando con el destino del hombre, incluso los semidioses gozaban de mayores privilegios que los simples humanos. Había uno de estos seres fabulosos que no jugaba con la fatalidad, a pesar de su poder y ferocidad: el cíclope Telemo, cuyo don era la videncia. Gran paradoja habitaba en su naturaleza, sin ley ni norma, antropófago como todos los de su especie; sin embargo, comprendía la incertidumbre de los hombres a quienes podía guiar en su destino; bien podía haber sentido compasión por ellos, ya que también Telemo sabía el día y momento exacto de su propia muerte, única que no podía evitar.
Ahora nosotros, en pleno siglo XXI quisiéramos tener en nuestras propias manos el tiempo, nuestro tiempo. Llevamos agendas, organizamos un calendario, programamos vacaciones, viajes, negocios y hacemos un proyecto de vida futura: ¿Qué quiero hacer? ¿Cuánto tiempo me tomará hacerlo? ¿En dónde? Ponemos fechas límite, a corto, mediano y largo plazo. Tenemos un ojo previsor que nos ayuda a organizar el tiempo futuro. Revolucionamos la tecnología y la ciencia, contamos con grandes avances médicos, investigamos la mejor manera de practicar deportes, hay dietas para todo tipo de necesidades, trabajamos, estudiamos, tenemos una familia, podemos viajar a cualquier parte del mundo, hacemos click y nos comunicamos con nuestros seres queridos que se encuentran a kilómetros de distancia; pero ignoramos en qué lapso habremos de cometer un error fatal, ignoramos en qué lapso las tijeras cortarán nuestros hilos.  Solo nos queda vivir y disfrutar. Pues ¿qué es la vida? Un instante.




La Citrina


La citrina es el cuarzo amarillo, naranja y dorado; obtiene sus colores gracias a la combinación con el hierro, es tan dura como la amatista. La palabra citrina procede del francés citron, que hace referencia a todos esos colores y también significa limón; yo la selecciono para el armado de joyería por su claridad y la intensidad de su tono amarillo. Hay citrina en Bolivia, Francia, Madagascar, India y Hong Kong.
Estoy en Rio Grande do Sul, en Brasil, por sus importantes yacimientos de citrina en sus minas y porque es más barata. Los brasileños la asocian con Sagitario y noviembre; quienes nacen en este mes portan un ejemplar de estas piedras para aumentar su creatividad y alegría, aunque yo pienso que aquí todo es fiesta. De hecho, mientras caminamos por el mercado, escucho la canción Alegría, alegría, de Cateano Veloso.  Algunos brasileños regalan juegos de broches a los matrimonios en su 13er. aniversario de bodas.
Mi guía Zé Carlos es mi surtidor de Brasil y me va a conseguir las madeiras, que son citrinas marrones o amarillo pálidas; me invita a una escuela de samba, ¡hay miles!, pero le digo que solo voy a observar. En plena calle, los bailarines hacen algunas demostraciones; algunos bailarines estudian desde los 10 años.  El secreto está en los pies.
Zé Carlos me lleva con un curandero que me va a enseñar las propiedades de la citrina. Vende aquí en el mercado, tiene hierbas, piedras preciosas y semipreciosas, pues las usa en la gemoterapia. Dice que la citrina tiene poderes mágicos y la usa para combatir enfermedades de la piel, del hígado, del estómago, del riñón y contra los malos pensamientos; el chamán ha curado la ictericia y los miedos de las personas que vienen aquí a comprar. Me regala una para aumentar mi energía, seguridad, esperanza y creatividad. Curiosamente, el chamán las usa como talismán de protección contra las macumbas de tierra y mar, unas hechiceras que practican el animismo en Brasil.
Dejamos al chamán y Zé Carlos me explica que algunas personas recurren a este cuarzo amarillo para alejar las fuerzas negativas y las plagas. Después me llevó con un encantador de serpientes que usa el poder de la citrina para tranquilizar a sus animales; fue un espectáculo impresionante, realmente las hipnotiza. Por ahora es todo, me invitaron a una feijãoada tradicional. Tengo hambre.