En medio de música folklórica judía y de tonos tierra, se desenvuelve esta excelente historia que rompe con los esquemas melodramáticos que acostumbran representar en el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial; y aunque vemos los clichés judíos de su carácter mercenario, alegre y festejador, estos elementos son manejados como matices humanos.
Es una historia en la que el desarrollo de los personajes se da por sus diálogos, acciones, vestuario y aspecto físico. De hecho, uno de los grandes aciertos es la calidad de los diálogos, difíciles de encontrarla en la actualidad. El trabajo de producción va más allá del vestuario y caracterización, pues todas las secuencias en el tren ofrecen múltiples dificultades de encuadre, iluminación y fotografía en general. La música cumple un papel dramático importante porque es proporcional al estado interno de la comunidad judía.
Desde el principio y durante todo el desarrollo, la hilaridad juega un papel relevante, pues con todo y los clichés, hay una desmitificación del judío extremista. Lo más digno del film es la no explotación patética del tema, ya muy vista en el cine. Es muy interesante la contraposición del judío astuto e ingenioso, con la del alemán ingenuo y hasta tierno que no se había explorado en este contexto.
El clímax es la escena en que el tren va cruzando la frontera mientras es bombardeado, y con ello se bombardea también a los distintos grupos humanos que se enfrentaban y nacían en la época: la raza judía, el nazismo, el comunismo, el marxismo-leninismo, el existencialismo y el espíritu libre y desenfrenado de las tendencias vanguardistas e ideológicas que nacerían después, representadas por los gitanos: el arte y la música disidente. A su vez, se bombardeaba a la máquina como producto humano y tendencia futurista. El hombre vive dentro de la herrumbre que él mismo ha construido, y pretende escapar dentro de ella. Afuera está la guerra de las ideas y en ella también, los hombres.
Por último, cabe mencionar el doble juego del título que se puede entender literalmente como la máquina que los saca de Francia para llegar a Rusia y continuar vivos; pero también en su sentido metafórico de curso cotidiano de los hechos de cada quien, pues los pasajeros jamás dejaron de convivir, cantar, comer, rezar, leer o bailar.
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